Calaveritas 2014

Tin Tan viste de ‘tacuche’.
Se fue su ‘carnal’ pa’l cielo.
Aún dentro del ‘estuche’,
toca la ‘lira’ Marcelo.

Cantinflas le vino a dar
al Chamuco su ‘apantalle’.
Le ha leído a ‘Chicaspear’,
¿será que ‘ahí está el detalle’?

La Muerte se fue llorando,
afligida y sin consuelo.
Los siglos siguen pasando
y se le niega Chabelo.

El Diablo se llevó al tuerto
pa’ que vea lo que se siente.
Confesó, después de muerto.
«Pepe "El Toro" es inocente».

Kalimán ha fallecido
por una antigua dolencia.
La Flaca siempre ha tenido
‘serenidad y paciencia’.

El doctor Simi demanda
de la Parca un mejor trato.
Quiere ungüento pa’ la espalda
«igual, pero más barato».

La Catrina se ha irritado:
cree que su novio es infiel.
Por celular le ha llamado
pero es territorio Telcel.

A Nikola Tesla

De aquel cuarto misterioso,
salían rayos y chispazos.
La muerte lo halló curioso,
y allá dirigió sus pasos.

Encontró a un hombre sentado
que consultaba un volumen.
Este es el que no he encontrado,
voy antes de que se esfume.

—Te busco desde hace mucho,
casi desde la Cuaresma.
Quemé todos mis cartuchos,
astuto Nikola Tesla.

—Edison te habrá mandado,
para que acabes conmigo.
De veras que es un malvado,
yo creí que era mi amigo.

—En verdad que no eres lento,
descubriste a Thomas Alva,
me ha prometido un invento,
para cubrirme la calva.

—Lo flaca debía quitarte,
tus piernas son el problema,
las pobres van a quebrarse,
parecen fideos con crema.

—No te creí tan ‘Corriente’.
¿Con qué patanes ‘Alternas’?
‘Directa’ soy con la gente
que me critica las piernas.

—Mi honestidad es ‘Patente’,
ha sido siempre mi estilo,
no importa que me descuenten
la telegrafía sin hilos.

—Si eres un genio te pido,
me pongas en la cabeza,
cabello que me dé abrigo,
sólo eso me interesa.

Feliz la muerte ladina,
se acariciaba la nuca,
con alambre de bobina,
Tesla le hizo una peluca.

Calavera negra


Las gotas se filtran por el techo y caen sobre la calavera, produciendo un débil tintineo en el barro negro.
—Lo haré yo —dice Gustavo, ante la mirada atónita de los demás. Se levanta de la mesa y anda hacia la puerta, cabizbajo.
Desde el asiento trasero, el anciano observa la figura de un hombre caminar bajo la lluvia en dirección al automóvil.
—¿Al asilo? —pregunta, mientras Gustavo pone las manos sobre el volante.

—Sí, papá.

Texto participante en el Concurso#103 de minificción, conovocado por Alberto Chimal desde el blog Las Historias.

Frida


Tendida en una cama
con dosel de luna,
con el dolor abierto
y la espalda floreciendo.


Semilla sin tierra
bajo sus pies,
brotando al fin.


Con el cuerpo herido,
bajo el vendaje de las llamas,
en un vuelo de pinceles
rasga el lienzo de su vientre iluminado.


Tomada de la mano
de la mala fortuna,
y los ojos humeantes
bebiéndose el espejo.


Corazón de venado
latiendo por el bosque,
acorralado.

Historia de un bostoniano

El bostoniano izquierdo se resistía con todas sus fuerzas, rechazando el pie de don Alfonso. Lo había decidido la noche anterior: nunca más lo forzarían a trabajar. Ya no permitiría que lo obligaran a hundirse en los charcos inmundos, ni que lo hicieran chocar descuidadamente contra los muebles de la oficina, llenándolo de arrugas y raspones. «Se acabó», se dijo, en la lengua que sólo entienden los zapatos de categoría.
Por mucho tiempo soportó dócilmente todos los castigos propios de su oficio, sin embargo, lo de ayer fue desmedido. Una cosa era pisar sobre el chicle de algún chiquillo carente de modales, pero deslizar su cuerpo sobre los desechos de un can desvergonzado, ¡eso ya era demasiado!
Si pudiera llorar, lo haría. Más que por él, sentía lástima por su diestro compañero de andanzas. «Pobrecillo, es tan sumiso. Se ha resignado por completo a trepar por escaleras desgastadas, a recibir pisotones en el transporte público, a que lo limpien poco y de mala gana. ¡Qué tragedia!», reflexiona diariamente mientras yace sobre la fría zapatera.
Qué diferentes eran aquellos meses cuando permanecía en el cómodo aparador de la zapatería. Protegido de la intemperie, con la piel perfectamente lustrada, reposando sobre un suave tapiz y en la grata compañía de lo mejor de la sociedad andariega. La nostalgia le afloja las agujetas.
Don Alfonso sigue intentando meter el pie en aquel desconsiderado rebelde, mientras observa el reloj de pared, desesperado. De repente, tiene una revelación. Se dirige al armario, hurga en uno de los cajones y saca un pequeño objeto, un calzador, lo toma y lo blande como si fuera un arma, quizás lo sea.
El cadáver del bostoniano izquierdo es arrastrado por la ciudad. Los pasos de don Alfonso se escuchan lentos y pesados, fuera de ritmo, parece que cojea.
Vicente Javier Varas Bucio, 11 de octubre de 2014.