¡Jo jo jo!
La fila serpentea y
se pierde entre el cúmulo de curiosos.
Los más pequeños
llevan los ojos brillantes, expectantes, llenos de ilusión. Los hay incluso que
aún no aprenden a hablar y desde los audaces brazos de sus padres, manotean al aire
y lanzan enérgicos balbuceos.
Un enorme reloj de
pared marca las cinco de la tarde. Junto a un inmenso árbol navideño, sentado
en una incómoda silla de madera, Santa Claus trabaja sin descanso. Diríase, si
no atendiéramos al mito, que algo muy parecido al sudor de nosotros los
mortales moja su frente.
Como telón de fondo,
las ofertas de fin de año se anuncian a bombo y platillo por los altavoces del
centro comercial.
— ¿Cómo te portaste
este año? —pregunta Santa Claus, mientras un niño descansa sobre sus piernas y
le tira de las barbas con todas sus fuerzas.
—Bien —responde despreocupado
el chiquillo, que en esa postura se asemeja más un muñeco de ventrílocuo que a
un ser humano, y sigue explorando el mentón de Papá Noel.
—Así me gusta,
muchachito. ¿Qué regalo te gustaría recibir esta Navidad?
—Un muñeco del
Hombre Araña.
— ¡Jo jo jo!
Perfecto. Lo tendrás.
El padre del niño se
arrodilla y toma varias fotografías en distintos ángulos.
La misma escena se
repite durante varias horas. El flujo de infantes sólo se ve interrumpido
cuando Santa Claus hace alguna que otra misteriosa visita a los servicios.
—El siguiente —le
indica al elfo que le sirve de ayudante. Sin perder la sonrisa, ni por un
instante, éste procede a canalizar a las personas que encabezan la fila.
En este caso se
trata de un hombre y una pequeña niña. Ella se acerca con paso decidido y trepa
de un salto al regazo de Santa Claus.
—Hola, ¿cómo te
llamas?
—Valentina —responde
la criatura, frotándose la nariz.
— ¿Cómo te portaste
este año?
—Mejor.
— ¿Mejor?
—Mejor que el año
pasado.
— ¡Jo jo jo! ¿Qué
opinan tus papás?
—No sé, ahí están
—dice señalando al hombre en la fila y, más allá, a una mujer que lleva un bebé
llorón entre los brazos. Ambos saludan a la distancia.
—Ah, vaya —dice,
algo apresurado, mientras consulta la hora y mira la considerable fila que
continúa creciendo— ¿Qué regalo quieres para Navidad?
—Acércate.
Santa Claus se
inclina un poco. La niña le cuchichea algunas palabras directamente en el oído.
El rostro de Santa
Claus se contrae en una mueca de incredulidad mezclada con espanto.
—Eso es demasiado
extraño. ¿Estás segura?
—Sí, Santa.
—Pero..., ¿ahora?
—Sí, ahora.
San Nicolás le lanza
una mirada al padre de la niña, buscando una señal de desaprobación. Sin
embargo, el hombre alza los hombros y vuelve las palmas y ojos hacia el cielo
en un gesto de total impotencia.
El séquito de
fisgones aguarda la respuesta del barbudo. El volumen del chismorreo se eleva.
Los demás niños comienzan a impacientarse.
—Bueno, bueno, está
bien.
La cara de la niña
se llena de luz, se apea y hace una cabriola como muestra de satisfacción.
Santa Claus resopla y se pone de pie. Se acerca al
árbol de Navidad, descuelga una de las esferas y le da lustre con su abrigo.
—Mira —le dice a la pequeña, poniendo la esfera
ante sus ojos.
Bajo el intenso brillo empiezan a dibujarse formas caleidoscópicas,
luego imágenes cotidianas, ante la absorta mirada de Valentina.
Valentina jugando con su gato Monty sobre la cama,
dejándose lamer la cara, divertida.
Su padre entrando por la puerta principal de la
casa, limpiándose los zapatos. Un profundo bostezo revela que ha llegado tan
cansado como siempre.
Su madre preparando el desayuno, aunque le duele un
poco la cabeza. Frotándole las mejillas a Jorgito que otra vez ha derramado la
papilla.
De pronto, la secuencia de imágenes se acelera en
el interior de la esfera. El cristal se vuelve líquido y en la superficie
empieza a formarse un voraz remolino de tiempo. Valentina se reconoce en cada
escena.
Ella de vacaciones, riéndose cuando su madre tira
un poco de agua de mar sobre la espalda de su padre. Acto seguido, éste la
persigue hasta darle alcance y la derriba cariñosamente sobre la arena, junto a
las olas.
Su padre dejando de fumar. Y su madre tirando a la
basura la última cajetilla.
Años más tarde, afuera del instituto, recibiendo su
primer beso, bajo el trino de los pájaros suspendido en el cielo.
Valentina se ve bailando ballet. Luego representando
a Desdémona ante un teatro escolar abarrotado, recibiendo más aplausos que el
actor que ha interpretado a Otelo.
Se observa casándose con el amor de su vida, aún
sin saber lo que eso significa. Afuera de la iglesia llueve, los
limpiaparabrisas de los autos oscilan como espigas fustigadas por el viento.
Tiempo después, Valentina ha vuelto a ser niña, en
otro cuerpo. Es la madre de una criatura angelical, la sensación es extraña:
todos los secretos desparecen, se revelan.
Su segundo hijo rayando las paredes del
departamento.
Se ve cortando el listón, junto a su marido, en la
inauguración de su décima cafetería.
Roberta, su mejor amiga, divorciándose de su
hermano Jorge.
Los ojos de Valentina se llenan de lágrimas ante el
cuerpo inerte de su padre en una cama de hospital. Por un segundo, siente que
las fuerzas le abandonan. Su cuerpo es sostenido por dos jóvenes adultos que le
llaman «mamá».
La velocidad de los acontecimientos aumenta aún
más, tanto que los hechos se confunden. Valentina es huérfana, suegra, viuda,
empresaria del mes, presidenta del Club Gandhi, interna del Hospital Oviedo,
una afable anciana; todo a la vez.
Valentina, la mujer mayor, espera tendida en una
cama cálida con una sonrisa sabia entre los labios. Afuera, una partida de
gatos, quizás los descendientes de Monty, maúllan con angustia. La noche se
enfría. La anciana tose y el pecho le retumba como un tronco hueco...
Santa Claus envuelve rápidamente la esfera entre
sus manos, tratando de ocultarla de la vista de la niña, y dice:
— ¿Has visto?
—Sí, he visto —contesta Valentina, sonriendo, como
sólo los niños pueden hacerlo.
Vicente Javier Varas Bucio,
23 de diciembre de 2014.
2 comentarios:
Muy emotivo, Vicente, además de apropiado para las fechas.
Un abrazo
Muchas gracias, Ángel. Ojalá que estas fechas traigan muchas bendiciones para ti y tus seres queridos. Un abrazo, de vuelta.
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