Dulces sueños

Es de madrugada y Stephen King, maestro del horror, se incorpora de la cama de un tremendo salto. Impaciente, enciende la luz y toma un cuadernillo de la mesa de noche. Se coloca las gafas. Abre un cajón del buró, saca un bolígrafo, se sienta en el piso y comienza a escribir a toda velocidad.
—¿Y ahora qué te sucede, Stephen? —le pregunta Tabitha, cubriéndose el rostro con la almohada.
—¡¡Shsss!! Tuve una pesadilla y no quiero que se me olvide.