Página 2015

«No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague», reza el refrán. Así, el año 2015 y sus 31’536,000 segundos están cerca de concluir. En este lapso tuve la oportunidad de destinar un espacio de mi tiempo a la lectura de algunos libros. Igual que en años anteriores, me gustaría enlistar, sin orden particular, los títulos y sinopsis de aquellos que encontré más destacados.
De todo corazón, deseo para ustedes y sus seres queridos un venturoso 2016. ¡Felicidades!

1.  Nos vemos allá arriba
Pierre Lemaitre

Galardonada con el Premio Goncourt, ensalzada por los críticos y convertida en un auténtico fenómeno editorial en Francia —donde ya ha superado el medio millón de ejemplares vendidos—, esta novela es un emocionante canto a la capacidad de superación del ser humano y, a la vez, un fresco y atrevido retrato de una sociedad descompuesta por uno de los más crueles inventos del hombre: la guerra.
En noviembre de 1918, tan sólo unos días antes del armisticio, el teniente d’Aulnay-Pradelle ordena una absurda ofensiva que culminará con los soldados Albert Maillard y Édouard Péricourt gravemente heridos, en un confuso y dramático incidente que ligará sus destinos inexorablemente. Édouard, de familia adinerada y con un talento excepcional para el dibujo, ha sufrido una horrible mutilación y se niega a reencontrarse con su padre y su hermana. Albert, de origen humilde y carácter pusilánime, concilia el sueño abrazado a una cabeza de caballo de cartón y está dispuesto a lo indecible con tal de compensar a Édouard, a quien debe la vida. Y Pradelle, aristócrata venido a menos, cínico y mujeriego, está obsesionado con recuperar su estatus social. De regreso en París, los tres excombatientes se rebelarán contra una realidad que los condena a la miseria y al olvido. Así, Édouard pergeña una ingeniosísima estafa con el fin de vengarse de su progenitor, que siempre lo repudió por su sensibilidad y sus habilidades artísticas. De paso quiere ayudar al fiel Albert, cuyo prurito es huir a las antípodas para olvidar a Cécile, su amor perdido. Aunque tal vez el más ambicioso sea Pradelle, que sacudirá la conciencia de Francia entera mediante una monumental operación delictiva concebida para amasar una rápida fortuna. Los escollos son considerables, pero la voluntad de los tres parece infinita.

2.  El cielo es azul, la tierra blanca
Hiromi Kawakami

Tsukiko tiene 38 años y lleva una vida solitaria. Considera que no está dotada para el amor. Hasta que un día encuentra en una taberna a su viejo maestro de japonés. Entre ambos se establece un pacto tácito para compartir la soledad. Escogen la misma comida, buscan la compañía del otro y les cuesta separarse, aunque a veces intenten escapar el uno del otro: el maestro, en el recuerdo de la mujer que un día lo abandonó; Tsukiko, en un antiguo compañero de clase. Con una prosa sensual y despojada, Kawakami nos cuenta una historia de amor muy especial: el acercamiento sutil de dos amantes, con toda su íntima belleza, ternura y profundidad.

3.  Amor perdurable
Ian McEwan

Joe y Clarissa son una pareja feliz. Él se dedica a escribir sobre temas científicos, tras haber abandonado la investigación; ella es una profesora de literatura inglesa que regresa a Inglaterra tras un breve período de investigación en Harvard. Joe ha ido a esperarla al aeropuerto, y desde allí han marchado directamente a los verdes prados de las colinas de Chiltern, a un delicioso almuerzo campestre que aúna los refinados placeres del vino francés, la naturaleza y el reencuentro amoroso. Pero en medio de aquel sensato, civilizado paraíso, y casi sin que ellos se den cuenta, se introducirá una serpiente, inesperada e inocente, pero no por ello menos terrible. Los tripulantes de un globo, un anciano y su nieto, se ven en serias dificultades. El aerostato, incontrolado, sube en el aire con el niño dentro, y Joe y otros hombres presentes en el lugar corren a socorrerlo. Todo es cuestión de segundos, y en aquel extraño nudo de encuentros urdido por el destino, el muy racional Joe conoce a Jed Parry, un fanático religioso, un «Jesus freak» que se enamorará obsesiva e implacablemente del cada vez más horrorizado Joe. Ian McEwan, con una sutil ironía y su peculiar gusto por la comicidad más ominosa, urde una ambigua fábula moral, un thriller apasionante acerca de la naturaleza misma del amor, y su localización en la encrucijada entre la racionalidad y la locura.

4.  Hordubal
Karel Čapek

Hordubal narra la historia (inspirada en un hecho real) de un campesino que retorna a su granja después de pasar ocho años como minero en América. Con su relativismo filosófico, nos presenta una trama detectivesca en la que los hechos y la verdad no van de la mano. Sí, hay un homicidio, pero ¿qué ha pasado realmente? Al final, después del entramado lógico y deductivo, después de jugar a recomponer las piezas del rompecabezas, queda la imposibilidad de comprender un sacrifico inspirado por el amor. Que el misterio no son los hechos sino las personas. Con Hordubal, El Olivo Azul emprende la publicación de la llamada Trilogía Noética (compuesta por Hordubal, El Meteorito y Una vida corriente), que es para muchos la culminación de la carrera del escritor checo, y en la que se reflexiona no solamente acerca de nuestra capacidad para conocer a los demás, sino también sobre el conocimiento en sí.

5.  Purga
Sofi Oksanen

Muy raramente surge una novela que suscite un entusiasmo tan unánime como esta tercera obra de ficción de la escritora finlandesa Sofi Oksanen, joven prodigio de la narrativa nórdica. Merecedora de los premios más importantes de su país —el Mika Waltari, el Finlandia, el Runeberg—, así como del renombrado Premio de Literatura del Consejo Nórdico, Purga ha sido el libro revelación en Francia, donde se han vendido más de doscientos mil ejemplares y ha obtenido el prestigioso Premio Femina de literatura extranjera. Por último, fue galardonada con el Premio a la Mejor Novela Europea del Año 2010.
En una despoblada zona rural de Estonia, en 1992, recuperada la independencia de la pequeña república báltica, Aliide Truu, una anciana que malvive sola junto al bosque, encuentra en su jardín a una joven desconocida, exhausta y desorientada. Se trata de Zara, una veinteañera rusa, víctima del tráfico de mujeres, que ha logrado escapar de sus captores y ha acudido a la casa de Aliide en busca de una ayuda que necesita desesperadamente. A medida que Aliide supera la desconfianza inicial, y se establece un frágil vínculo entre las dos mujeres, emerge un complejo drama de viejas rivalidades y deslealtades que han arruinado la vida de una familia.
Narrada en capítulos cortos que alternan presente y pasado a un ritmo subyugante, la revelación gradual de la historia de ambos personajes mantiene en vilo al lector hasta la última página. Con meticuloso realismo, Oksanen traza los efectos devastadores del miedo y la humillación, pero también la inagotable capacidad humana para la supervivencia. Una novela de múltiples lecturas y matices, que por su originalidad y su maestría nos asombra y sobrecoge.

6.  Los tres impostores
Arthur Machen

A caballo entre el cuento de aventuras y la narración de horror cósmico, la obra de Machen (1860-1947) dio un nuevo rumbo al relato fantástico y fue precedente inmediato del género de terror cultivado por H. P. Lovecraft y la escuela de los Mitos de Cthulhu. Los tres impostores es un ingenioso encadenamiento de episodios perfectamente trabados, llenos de sorprendentes hallazgos y narrados en un estilo depurado. En el marco de un Londres propicio a todos los azares, los hilos del relato van formando una complicada trama cuyo desenlace viene a cerrar el círculo abierto al comienzo de la narración. La obra incluye algunos episodios tan famosos como «La novela del sello negro» o «La novela del polvo blanco», de presencia casi obligada en las antologías del cuento de terror.

7.  Avenida de los Gigantes
Marc Dugain

Si no midiera casi dos metros veinte y tuviera un coeficiente intelectual superior al de Einstein, Al Kenner sería un adolescente ordinario. El día del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, sin embargo, su vida dará un vuelco y saldrá a la luz que en el cuerpo de ese gigantón habita un muchacho traumatizado por los malos tratos que le inflige su madre alcohólica, que disfruta decapitando gatos y jugando a la silla eléctrica con su hermana menor, y que ha asesinado a sangre fría a sus abuelos. Después de cinco años internado en un psiquiátrico, rehabilitado y sin antecedentes penales gracias a su extraordinaria inteligencia y sus dotes de manipulación, Al pisará de nuevo la calle.
Desconcertado ante el pacifismo y la contracultura de los jóvenes de su edad, esos hippies a los que no alcanza a comprender, y tras ver truncado debido a su altura su deseo de alistarse para ir a Vietnam o ingresar en la policía, Al se convierte en asesor psicológico de la policía de Santa Cruz. Como él mismo afirma, «haber matado confiere una auténtica legitimidad en la comprensión del fenómeno del paso a la acción que siempre será un misterio para el neófito», y está dispuesto a ayudar a poner fin a la ola de crímenes que vive California.
Inspirado en un personaje real, Ed Kemper, un asesino en serie condenado a perpetuidad, y narrado como si se tratara de las memorias escritas por el protagonista desde la cárcel, Avenida de los Gigantes es un perturbador autorretrato de un asesino fuera de lo común.

8.  Mi querido Mijael
Amos Oz

«Escribo porque las personas a las que amaba han muerto. Escribo porque cuando era niña tenía una gran capacidad de amar y ahora esa capacidad de amar está muriendo. No quiero morir.» Así comienza el relato en primera persona de Jana, la historia de un matrimonio y de su ruptura. La que ha sido definida como una moderna madame Bovary israelí es una estudiante de literatura hebrea. En la universidad conoció a un geólogo, Mijael Gonen, se casó con él y, poco a poco, una enrarecida distancia se abrió paso entre los dos. La narración, muy femenina, de Amos Oz avanza con estilo breve, cotidiano, y sondea los pensamientos más ocultos y las emociones más profundas en la confesión de la protagonista. Con rara habilidad, el autor logra captar los mínimos matices del carácter y del sentimiento, saca a la luz, con lucidez y delicadeza, los motivos de la frustración y del sufrimiento, y llega al origen del progresivo encerrarse de Jana en un mundo trepidante de maravillosas aventuras imaginarias, fantasías sexuales y terribles pesadillas, en el cual «su» querido y tranquilo Mijael nunca logrará penetrar. Como telón de fondo de esta magnífica novela psicológica, la silueta de una ciudad, Jerusalén, en los años cincuenta, sobre la que aletea el espectro de la guerra.
«Su padre le había prevenido que tuviera cuidado con los hombres malos, aquellos que les destrozan la vida a las mujeres, pero no le previno contra los aburridos, los que logran que los días no se diferencien entre sí». Adriana Villanueva

9.  La historia del señor Sommer
Patrick Süskind

El estilo empleado por Suskind y las ilustraciones de Jacques Sempé, famoso por su colección El pequeño Nicolás, dotan al cuento de una apariencia infantil y naif. A pesar de ello es más que un cuento juvenil, ya que el protagonista se plantea cosas demasiado profundas para un niño de su edad, y también se muestra la angustia con la que vive el misterioso Señor Sommer.
El relato está narrado en primera persona por el protagonista del libro, del que nunca se sabe el nombre, y que siendo ya un adulto recuerda sus vivencias infantiles y sus recuerdos del señor Sommer.
Para reencontrarse con el niño que fuimos.

10.  Siete pecados capitales
Milorad Pavić

Siete pecados capitales, de Milorad Pavić, es un bello ejemplo de lo que Calasso llama Literatura Absoluta. Es el espejo que refleja la fantasía como realidad y la realidad como fantasía; el otro tipo de realidad, la que se cree real, y el otro tipo de fantasía, la que se cree que es un engaño, simplemente se desvanecen en el sopor de la gris trivialidad. De hecho, todo gira alrededor de un peculiar espejo que porta un pequeño agujero en una esquina, posiblemente el pasaje que comunica y separa a la literatura y al mundo.
Los siete relatos que conforman este extraordinario libro están conectados por este peculiar espejo que al final resulta ser el libro mismo. Llega un momento en que no se sabe si se es un simple lector, o si se es uno más de los personajes que desfilan a través de la mágica pluma de Pavić. Pero ni siquiera el propio Pavić se escapa al encantamiento que proyecta su imaginación, ya que él se encuentra también dentro del libro.
Es una obra donde el espejo va desdoblando personajes, donde todos terminan por ser los dobles de todos, donde el mundo mismo no pasa de ser la imagen reflejada del pensamiento de Pavić, del pensamiento del lector… o simplemente del pensamiento. El autor no es el escritor, sino el libro; tanto el que lo escribe como el que lo lee, no pasan de ser algunos de los personajes que la literatura produce para que el mundo continúe su curso. La grandeza de Pavić radica en esa capacidad para dejarse poseer por la literatura, y eso no es poca cosa.

11.  La sonrisa etrusca
José Luis Sampedro

Un viejo campesino calabrés llega a casa de sus hijos en Milán para someterse a una revisión médica. Allí descubre su último afecto, una criatura en la que volcar toda su ternura: su nieto, que se llama Bruno, como a él le llaman sus camaradas partisanos. Y vive también su última pasión: el amor de una mujer que iluminará la etapa final de su vida concediéndole toda su plenitud. Una bellísima novela sobre el eterno problema del amor, con la verdad que ofrece un conocimiento profundo del alma humana.

12.  ¿Fue él?
 Stefan Zweig

En esta breve novela, Zweig nos habla de los celos con su habitual maestría: elusivo, con la virtud de la intriga irresuelta, ahonda en el dolor y el desamparo que produce el sentirnos sustituidos en los afectos de nuestras personas queridas por un tercero que, cuanto menos, tiene los mismos derechos que nosotros. La rabia y la violencia pueden conducir a una venganza que agravará, si cabe aún más, nuestra orfandad.
 «Un cuento moral sobre la inconveniencia de colocar mal los afectos». Francisco García Pérez, La Nueva España

13.  Una edad difícil
Anna Starobinets

El libro que ha lanzado una nueva estrella de las letras rusas. La jovencísima Starobinets presume de comparaciones con Neil Gaiman y Stephen King, altamente justificadas.
Una edad difícil, primer libro de la autora más importante de ficción fantástica rusa, es una compilación de una nouvelle y siete relatos cortos: oscuro y fantasmagórico, es un libro inolvidable.

14.  No hay bestia tan feroz
Edward Bunker

Tras ocho años entre rejas, Max Dembo vuelve a Los Ángeles con sesenta y cinco dólares en el bolsillo, un traje pasado de moda y la intención de reinsertarse en la sociedad. No es tarea fácil para quien, en su corta vida, no ha conocido otra cosa que el crimen y cuenta sólo con la improbable ayuda de un rígido y prejuicioso agente de la condicional. Descreído de sus posibilidades de éxito, abrumado por los fantasmas de su vida anterior, Dembo se verá en poco tiempo arrojado a una encrucijada de la que su instinto criminal podría salir reforzado. Trepidante y profunda, de un verismo difícilmente igualable, No hay bestia tan feroz supuso el debut literario de Edward Bunker, delincuente convicto y una de las mayores referencias en literatura criminal norteamericana.
«La mejor novela criminal en primera persona que jamás haya leído». Quentin Tarantino

15.  Expiación
Ian McEwan

En la gran casa de campo de la familia Tallis, la madre se ha encerrado en su habitación con migraña, y el señor Tallis, un importante funcionario, está, como casi siempre, en Londres. Briony, la hija menor, de trece años, desesperada por ser adulta y ya herida por la literatura, ha escrito una obra de teatro para agasajar a su hermano León, que ha terminado sus exámenes en la universidad y hoy vuelve a casa con un amigo. Cecilia, la mayor de los Tallis, también ha regresado hace unos días de Cambridge, donde no ha obtenido las altas notas que esperaba. Quien sí lo ha hecho, en cambio, es Robbie Turner, el brillante hijo de la criada de los Tallis y protegido de la familia, que paga sus estudios.
Es el día más caluroso del verano de 1935 y las vidas de los habitantes de la mansión parecen deslizarse, como la novela, con apacible elegancia. Pero si el lector ha aguzado el oído, ya habrá percibido unas sutiles notas disonantes, y comienza a esperar el instante en que el gusano que habita en la deliciosa manzana asome la cabeza. ¿Por dónde lo hará? Hay una curiosa tensión entre Cecilia y Robbie. Y otra situación potencialmente peligrosa: la hermana de la señora Tallis ha abandonado a su marido, se ha marchado a París con otro hombre y ha enviado a su hija Lola, una nínfula quinceañera, sabia y seductora, a casa de sus tíos. Y la ferozmente imaginativa Briony ve a Cecilia que sale empapada de una fuente, vestida solamente con su ropa interior, mientras Robbie la mira...
Ian McEwan ha escrito su obra más importante, una novela que va abriéndose como un juego de cajas chinas, con distintas novelas de géneros diferentes encajadas una dentro de otra y magistralmente engarzadas.

16.  El baile
Irène Némirovsky

Autora de la recién descubierta Suite Francesa, publicada póstumamente y aclamada por la crítica y el público de media Europa, Irène Némirovsky saltó a la fama con esta breve joya literaria sobre la venganza de una adolescente, editada en Francia en 1930 y traducida al castellano en 1986. Instalados en un lujoso piso de París, los Kampf poseen todo lo que el dinero puede compra, excepto lo más difícil: el reconocimiento de la alta sociedad francesa. Así pues, con el propósito de obtener el codiciado premio, preparan un gran baile para doscientos invitados, un magno acontecimiento social que para el señor y la señora Kampf supondrá, respectivamente, una excelente inversión y la soñada apoteosis mundana. Dotada de una afilada percepción psicológica, Némirovsky condensa en pocas páginas una historia donde la difícil relación madre-hija y el ansia de reconocimiento social se funden con la pasión por la vida y la búsqueda de la felicidad. Una obra indispensable de uno de los grandes escritores del siglo XX.

17.  Cien mejor que uno
James Surowiecki

«La sabiduría de la multitud o por qué la mayoría siempre es más inteligente que la minoría».
En este libro tremendamente fascinante, James Surowiecki, el conocido columnista de la revista The New Yorker, explora una idea aparentemente sencilla pero que reviste profundas implicaciones: los grandes colectivos son más inteligentes que la minoría selecta, por brillante que ésta sea, cuando se trata de resolver problemas, promover la innovación, alcanzar decisiones prudentes, e incluso prever el futuro.
Esta noción en apariencia contraria a lo que nos dicta la intuición tiene consecuencias muy importantes en lo que respecta el funcionamiento de las empresas, el progreso del conocimiento, la organización de la economía y nuestro régimen de vida cotidiano. Con una erudición que no parece conocer límites y una prosa estupendamente clara, Surowiecki explora campos tan diversos como la cultura popular, la psicología, el conductismo económico, la inteligencia artificial, la historia militar y la teoría económica, todo ello a fin de demostrar cómo funciona el mencionado principio en el mundo real.
A pesar de que la argumentación es necesariamente compleja, Surowiecki logra presentarla de manera muy amena y los ejemplos que cita son tan realistas como sorprendentes y divertidos. ¿Por qué nos colocamos siempre en la fila de los lentos? ¿Por qué es posible comprar una tuerca en cualquier parte del mundo y que case con el tornillo correspondiente de cualquier otro lugar? ¿Por qué se producen los embotellamientos de tráfico? ¿Cuál es la mejor táctica para ganar dinero en un concurso televisado?
Brillante y accesible, Cien mejor que uno es la biografía de una idea que aporta enseñanzas importantes acerca de nuestra manera de vivir, de elegir a nuestros dirigentes, de gestionar nuestras empresas y de pensar acerca de nuestro mundo.

18.  Chesil Beach
Ian McEwan

Tienen poco más de veinte años y se conocieron en una manifestación en contra de las armas nucleares. Florence es una chica de clase media alta. Edward, en cambio, pertenece a una familia que vive en la zona baja de la clase media. Ambos son inocentes, y vírgenes, y tras un largo cortejo se han casado. Es un día de julio de 1962, y el tsunami de la revolución sexual no ha llegado a Inglaterra. Edward y Florence van a pasar su noche de bodas en un hotel junto a Chesil Beach. Y lo que sucede esa noche es la materia con que McEwan construye su chejoviano, terrible mapa de una relación, del amor, del sexo, y también de una época, y de sus discursos y sus silencios.

19.  Henderson, el rey de la lluvia
Saul Bellow

Bellow explora todo el color y el exotismo del continente africano en este libro hilarante: Eugene Henderson es un norteamericano millonario de mediana edad que, en busca de una nueva vida, decide instalarse a vivir en medio de una tribu africana. Las hazañas hercúleas de Henderson y su incontrolable pasión por la vida le granjearán la admiración de la tribu, pero será su donde hacer llover lo que lo convertirá de un simple héroe en un mesías. Una historia desternillante, por momentos hasta grotesca, en la que el ganador del premio Nobel demuestra su capacidad de retratar a los seres humanos, así como las fuerzas que los guían a través de la vida.

20.  La enfermedad
Alberto Barrera Tyszka

Ernesto Durán sabe que está enfermo. Aunque los resultados clínicos digan lo contrario, desde que se ha separado de su mujer y vive solo, padece todos los síntomas de un mal que, según sospecha, puede ser mortal. Su obsesión va más allá de la mera hipocondría, y tiene la certeza de que sólo hay un médico que puede salvarlo. Pero el elegido, el doctor Andrés Miranda, en esos mismos momentos se enfrenta a una tragedia personal: un diagnóstico irrefutable que señala que su padre tiene cáncer, y le quedan pocas semanas por vivir. Mientras Durán necesita desesperadamente hablar de su caso y de él mismo, el doctor Miranda se siente rehén del silencio, es incapaz de hacer con su padre lo que siempre ha hecho con sus pacientes: decir la verdad. La vivencia de la enfermedad en estas dos personas que ocupan posiciones tan distintas, el médico que sabe acerca de la vida y de la muerte y no quiere o no puede hablar, y el enfermo de angustia que sólo sabe que su sufrimiento no le deja vivir, es la columna vertebral que sostiene a esta hermosa novela, madura, adulta, reflexiva y refinada, que nos susurra desde su primera página algo que está en nuestra naturaleza: vivir mata. Un libro notable, escrito en un registro inusual en nuestra lengua, que mezcla lo profundo con lo veloz, que apela a las emociones pero también a la inteligencia del lector. Desde distintas historias, conmovedoras, tiernas, divertidas y trágicas, Alberto Barrera Tyszka nos propone una versión de la existencia que asume todos sus goces, pero también su fragilidad.

Before I get old

«Aquí está», expresó, aliviado. De un tirón, extrajo la chaqueta de piel del guardarropa y se la puso. «Las gafas van perfecto», pensó el ladrón, mirándose sonriente en el espejo. Sólo dos casas más y su atuendo estaría completo. En el suelo, el cadáver del famoso rockero comenzaba a enfriarse.


Mi sexta historia participante en el blog literario Cincuenta palabras. Publicada el 10 de noviembre de 2015.

Bytes & bites

—Vea si puede mover los dedos con soltura —me indicó el asistente tras terminar de enfundarme los guantes. El extraño casco, lleno de cables rugosos y retorcidos, quedaría para el final.
Recibir la feria tecnológica no es algo común para este pueblo, sin embargo, gracias a que un ordenador lo eligió por sorteo, los algitenses teníamos algo interesante que hacer ese fin de semana. Mi mujer y su mejor amiga irían a un desfile de modas de ropa confeccionada con celdas solares. Entretanto, yo preferí entrar al llamativo pabellón de Virtual Sneolun.
Mientras terminaban de ponerme el equipo de realidad virtual, el jefe de soporte técnico, un famélico individuo con malformaciones en ambos brazos, paseaba torpemente los dedos por un teclado adaptado. Parecía una mantis religiosa a punto de arrancarle la cabeza a algún bicho.
—Deme su nombre completo —me espetó con una voz entrecortada y cansina, sin despegar sus pequeños ojos de la pantalla.
—¿Es necesario? —respondí, algo extrañado.
—Indispensable. Para generar una experiencia personalizada, el programa usará los caracteres de su nombre como semilla aleatoria. Empleamos un algoritmo muy eficiente. En fin, son cosas que usted jamás entendería. ¿Va a darme el nombre o no?
—Erik Andrade Pizarro —revelé, sin remedio.
—Bien. Ya puedes ponerle el casco, Hugo. Y apúrate, que no tenemos todo el maldito día —dijo, dirigiéndose al asistente, que obedeció la orden con presteza.
Por dentro, la textura del casco era fría y desagradable. Su estrechez desató de inmediato mi claustrofobia. El asistente oprimió el botón de encendido. El zumbido de alta frecuencia del artefacto empezó a sacudirme el cráneo como una broca trepanadora. Un ardor intenso me bajó por la espalda hasta llegar a los talones.
«¡Paren! ¡Paren!», quise gritar, pero mis alaridos se hicieron espesos en el interior de mis pulmones. Me asfixiaba. Incapaz de protestar, mi lengua se aglutinó con el paladar, paralizada por el horror.
Sumido en la oscuridad, tuve la horrible sensación de que mis ojos flotaban libremente dentro de sus órbitas. Temiendo que salieran de ellas, intenté cubrirlos con las manos pero no pude. Entre los dedos sentí algo parecido a un par de peces luchando por su vida con desesperación. No podían zafarse, a pesar de sus violentas sacudidas. Luego, dejaron de moverse. Estuve a punto de vomitar.
Agotado, perdí la conciencia hasta que una sed intensa me despertó. Abrí los ojos y las primeras imágenes se formaron, pixel a pixel. Ante mí, una enorme sabana arbolada se extendía en todas las direcciones posibles. Noté que ya no vestía el incómodo traje, sino mi ropa de calle. Me levanté y, haciendo un esfuerzo, comencé a caminar.
Estuve perdido durante varios días, quizás semanas, nunca lo supe. Lo más insólito era que seguía vivo, bebiendo el agua gris de un sucio regato y alimentándome de carroña, sí, de restos de animales a medio devorar.
Decidí capitular y dejarme morir. Además de la sed y el hambre acuciantes, mis pies se habían convertido en sangrientas esponjas y la piel me escocía terriblemente a causa del calor abrasador y las picaduras de insectos. Rendido, me dejé caer en medio de aquel páramo infernal.
Primero fueron las hienas. Vinieron por la noche y eran más de diez. Intenté defenderme mientras sus poderosas quijadas me fracturaban los huesos. Me abandonaron, o a lo que quedaba de mí, junto a los matorrales cuando descubrieron, a pocos metros, a una pequeña cebra moribunda. Me habían cambiado por una presa más fácil y exquisita. El viento dispersó los bufidos.
Por la mañana, no podía moverme y una serpiente gigantesca se enrollaba alrededor de mí. Aún seguía vivo cuando comenzó a engullirme despacio, agrandando sus mandíbulas milímetro a milímetro, todo un prodigio evolutivo.
Lo más extraño sucedió después. Un error en el código del programa, según me lo explicaron, intercambió mi conciencia con la de la serpiente. La sensación de tener un torso entre las fauces es indescriptible.
Obligado por el instinto, terminé de ingerir los restos de un cuerpo que, segundos antes, era el mío. Creí escuchar un chasquido en mi cerebro.
Con el correr de los días, mi apetito volvió. Las presas pequeñas no me satisfacían del todo y cambié de estrategia. Esta vez, esperé junto al riachuelo hasta que un desafortunado chiquillo se acercó a lavarse la cara. Lo sometí sin problemas. Cuando su padre fue a buscarlo, me descubrió tratando de huir. Debido a la carga de mi estómago, no pude escapar y me partió la cabeza con una roca. El programa se detuvo y me lanzó de nuevo al mundo real.
Dijeron que mi experiencia debería haber terminado al momento de ser devorado por la serpiente y me ofrecieron disculpas. Ya en casa, noté que sufría de algunas secuelas evidentes.
Comencé a alimentarme de los ratones del jardín. Todo fue bien hasta que mi mujer me descubrió arrastrándome por la sala, acechando a nuestro pequeño hijo. Ella me golpéo sin piedad con un atizador, luego me trajeron a este hospital.
Han pasado dos semanas y estoy casi recuperado. Anoche escuché que me van a trasladar a una institución psiquiátrica.
La enfermera no ha luchado demasiado. Antes de estrangularla he conseguido que me dijera dónde está la sala de neonatos. Tengo hambre.

Vicente Javier Varas Bucio,
Octubre de 2015.


*Cuento publicado en la revista Letras Raras en el Suplemento especial número 1.

Bar Shanghái

La música acentúa la atmósfera relajada del local. Sobre la barra, el fondo de las copas devuelve la tenue luz que cuelga de las lámparas de papel.
—¿Vienes con frecuencia? —pregunta la chica al desconocido.
—Sí. Es un buen lugar. ¿Cómo te llamas?
—Irene.
—Mmmh… —responde el hombre, intrigado por las facciones orientales de la joven.
—¿Qué, no te gusta mi nombre?
—Claro que sí, es sólo que tus rasgos me parecen… Perdón, olvídalo. Es un nombre muy bonito. Yo me llamo Froilán.
—Mi madre era tailandesa. Oye, estamos a miles de kilómetros de Shanghái y sin embargo al dueño del bar se le ocurrió bautizarlo así.
—Es cierto. Discúlpame.
—No te preocupes.
—¿Es la primera vez que vienes?
—Sí. Me trajo una amiga. Tuvo que irse.
—Vaya.
La noche avanza y el local se comienza a vaciar. Froilán sostiene una de las manos de Irene entre las suyas, mira con detenimiento las líneas de la palma y sentencia:
—Aquí veo que eres una persona que se preocupa por su familia.
El gesto de Irene se desdibuja un poco, sorprendida o molesta por el atrevimiento de la revelación.
—¿Qué sabes tú de leer la mano? Eres profesor, según me has dicho.
—Lo siento, sólo bromeaba.
—No hay problema, es sólo que no me gusta mucho hablar de mis cosas.
—¿Por qué?
—Es complicado. He cometido algunos errores.
—Igual que todos.
Al salir, observan desde el exterior las luces del establecimiento, apagándose una a una.
Froilán lleva sus labios hasta los de Irene. Ella cierra los ojos y suelta un suspiro de cansancio. A lo lejos, el estrépito de una colisión de automóviles se pierde, haciéndose eco entre los edificios. El sonido melancólico de una sirena se dispersa como el bostezo de un animal nocturno.
—Por favor, deja que te acompañe —propone él.
—¿En verdad, quieres venir conmigo?
—Sí.
Viajan en el automóvil de Froilán, un coupé gris plomizo que se afianza firmemente al asfalto.
Al llegar al edificio, suben las escaleras hasta el tercer nivel. Se detienen ante la puerta para besarse otra vez. El cuerpo de ella choca contra la pared, rendido, sin ruta de escape. Busca la llave en el interior de su bolso, hasta elegir la correcta. La introduce en el cerrojo y la hace girar: La hoja cede, haciendo un agujero en el espacio.
Cruzan el umbral y acceden a un pequeño vestíbulo, un puente entre lo público y lo privado, hogar de un espejo elíptico y una planta de sombra. En el ambiente flota un ligero aroma de almizcle, disuelto en un perfume amaderado. Hace frío.
Irene enciende las luces y algunas cascadas amarillas comienzan a derramarse desde su sitio. Antes de quitarse los zapatos señala un sofá tapizado en piel negra, amplio y curvilíneo.
—Siéntate. Enseguida vuelvo —indica autoritaria. Luego se interna en la cocina.
Las cortinas permanecen cerradas. Tras ellas se adivinan las heladas y sólidas fronteras de la noche. De los muros cuelga una veintena de cuadros. Todos exponen una estética aberrante, oscura, mitológica. Paisajes exóticos de trazos complicados, llenos de bosques petrificados y eclipses de luna. Bosquejos de ruinas, raíces de civilizaciones desconocidas de apariencia tan antigua como las montañas. Templos con enormes cúpulas de piedra. Ídolos tallados, de aspecto poderoso y despiadado. Pantanos gigantescos, con el fondo cubierto de barro color sangre.
Un elemento se repite en todos los lienzos: figuras femeninas de todas las edades; de cabello largo, desnudas, con los rostros sumidos en la penumbra. Estampas de insólitos rituales primitivos, altares de sacrificio rebosantes de restos humanos, derramándose sobre los pies de las sacerdotisas mientras éstas sostienen vísceras ensangrentadas entre los dientes. Cientos de ancianas, mujeres y niñas arrodilladas; con las espaldas abrasadas por los rayos de un sol implacable. Algunas con los brazos extendidos en cruz, elevando la mirada impotente hacia el cielo, con lágrimas evaporadas por el cansancio extremo. La mayoría lleva tatuajes ceremoniales.
—¿Tú los pintaste? —pregunta Froilán, al ver que Irene vuelve, llevando un par de copas en las manos.
—Sí, ¿qué opinas de ellos?
—Son muy originales. ¿Qué significan?
—Mundos que se agitan en el interior de mi cabeza. Mis propios ángeles y demonios en su hábitat natural, quizás. Una vez traté dejar de pintar, pero no pude. Soy incapaz de hacerlo.
—Haces bien en no dejarlo, tienes talento.
—¿Te parece? Toma, te traje un trago.
Froilán bebe de la copa con teatralidad, como si formara parte de un rito de iniciación. Irene consume la suya con avidez, luego la deja en el borde de la mesa de centro y se hunde en extrañas jaculatorias.
«Somos el futuro que todo lo ve», un pensamiento repentino, un dardo que atraviesa la mente de Froilán. Poco a poco, los efectos de una droga indeterminada se dispersan por su organismo, igual que el torrente de un géiser subiendo por las cavidades de la roca hacia la superficie. Desfallece. Intenta incorporarse y se estrella de nuevo contra el piso de parquet. Alarga el brazo y toma uno de los tobillos de Irene, aunque no por mucho tiempo.
—Lo siento, de verdad —dice ella, sollozando. Después retira suavemente los dedos que se aferran desesperados, ya apenas sujetándola por el tendón de Aquiles —. Así debe ser, tengo que alimentar a las pequeñas hasta que tengan edad para buscar carne por sí mismas. Te juro que no sentirás nada, te di lo mismo que a mis dos hijos varones cuando nacieron.
De la puerta de una de las habitaciones surgen tres siluetas infantiles. La mayor de las niñas enarbola un hacha curva y pesada. Las otras dos balancean un par de cuchillos afilados. Lucen hambrientas pero felices. Antes de entrar a su dormitorio, su madre les recuerda que deben esperar algunos minutos más para empezar. La menor hace una mueca de resignación.
Tirado en el piso, como un trapo sucio, Froilán mira a Irene quitarse la blusa. Su espalda centellea cual oasis en la arena blanca, tiene plasmado un hermoso tatuaje tribal.

Vicente Javier Varas Bucio,
Octubre de 2015.


*Cuento publicado en la revista Penumbria en su Antología de cuento fantástico número 30.

Calaverita de lecturas

Don Quijote, el caballero,
lloraba por Sancho Panza,
la muerte de su escudero
lo dejó sin esperanza.

«Los relámpagos de agosto»
colmaban de luz el cielo,
le iluminaban el rostro
a la Parca bajo el velo.

—¿Por qué lloras, viejo hidalgo?
¿Por un criado majareta?
¿Es que entre ustedes había algo
del tipo «Romeo y Julieta»?

—No me ofendas cuando me hables,
maldito ser del Averno.
Tú y todos «Los miserables»,
tienen mi desprecio eterno.

—Son demonios mis secuaces,
esqueletos y amalgamas.
Mis poderes son capaces
de dejar a «El llano en llamas».

—Tú jamás fuiste a la escuela,
preferiste la inversión
de horas jugando «Rayuela»
o viendo la televisión.

—Pues tú confundes molinos
con gigantes y guerreros,
yo creo que siempre has dormido
con «La ciudad y los perros».

—¡Ah, canalla y alevoso!
Tú quieres tomarme el pelo.
Por Dulcinea del Toboso
yo me convierto en «Otelo».

—No dices más que «Ficciones»,
hombre de avanzada edad.
Yo te deseo bendiciones
y «Cien años de soledad».

—No me presumas de «Santa»,
«La metamorfosis» no es tal.
Sé que tu maldad es tanta
que le gana al «Leviatán».

—Por mí no tengas templanza,
basta ya de frasecitas.
Tú, Quijano, y el tal Panza
para mí son «Mujercitas».

—Voy a abrirte un agujero
en «El nombre de la rosa»,
para hacerte «El extranjero»
de este mundo y a otra cosa.

—Vaya con «El principito»,
se ha enojado ya conmigo.
Se olvida que está viejito,
quiere «Crimen y castigo».

—«Grandes esperanzas» tengo
en el «Orgullo y prejuicio»
que me otorga el abolengo,
soy justiciero de oficio.

—Has metido ya la pata
con haberme amenazado.
Con «El tambor de hojalata»,
«Guerra y paz» has invocado.

—«El proceso» ha dado el ancho,
«El túnel» cruzó la legua.
Por la memoria de Sancho,
¡de mí no tendrás «La tregua»!

—La cosa se puso fea,
mi fuerza tú quieres ver.
Deseas pasar «La Odisea»
de «Los viajes de Gulliver».

—«Un mundo feliz» yo quiero
para quien busca justicia,
un país que sueñe entero
las maravillas de Alicia.

—Si el asunto va de sueños,
yo leí «El barón rampante».
La fantasía tiene dueños,
así como tú, gigantes.

«La náusea» de don Alonso
se transformó en alegría
cuando supo que, en el fondo,
la Catrina lo entendía.

La Muerte le dio un abrazo,
para olvidar la revancha,
al hidalgo por si acaso,
en un lugar de la Mancha.

Aquí concluyen las letras
de estas «Crónicas marcianas».
Se me han cerrado «Las puertas
de la percepción» humana.

Vicente Javier Varas Bucio,
29 de octubre de 2015.