Top 10 de lecturas del 2013


El 2013 llega a su fin. Como todos los años, estuvo lleno de experiencias nuevas, buenas y malas, algunas tristes, otras que dejaron recuerdos gratos e imborrables. Antes de que termine, me he propuesto superar un reto más, elegir los diez mejores libros que leí este año. La elección ha sido muy difícil. Al igual que todas las listas de preferencias, la que presento es totalmente subjetiva y es posible que, a juicio de otros lectores más avezados que yo, estas recomendaciones sean intrascendentes. Como dicen por ahí: «La mejor recomendación es el gusto personal». Sin embargo, a continuación transcribo las sinopsis de diez libros cuya lectura ha contribuido a que el 2013 haya sido muy positivo para mí. Los lugares en la lista coinciden con el orden cronológico de lectura. Esperando que les sea útil y que también compartan sus lecturas favoritas, les deseo un feliz y muy próspero Año 2014.



1.- Ruido de fondo – Don DeLillo

Jack Gladney, un profesor universitario especializado en estudios sobre Hitler, vive en una pequeña ciudad americana con Babette, su cuarta esposa, y los hijos que ambos han tenido de anteriores matrimonios. Marcados por el consumismo y el miedo a la muerte, los Gladney tratan de llevar una vida familiar tranquila cuando un terrible accidente industrial provoca un «escape tóxico a la atmósfera», una nube de gases letales que amenaza su ciudad. Este incidente permite a DeLillo estructurar una brillante novela sobre el miedo a la muerte, sobre los temores de la sociedad moderna —incluyendo la televisión como instrumento básico de desinformación— y sobre el progreso brutal de las tecnologías. Un progreso que, a medida que aumenta, desarrolla unos miedos cada vez más primitivos respecto a sus consecuencias a veces catastróficas.

«Los estantes del supermercado han sido reordenados. Sucedió un día, sin previo aviso. En los pasillos hay agitación y pánico, y los rostros de los clientes de edad avanzada muestran una expresión desolada. Caminan bajo un trance fragmentado, se detienen y reanudan la marcha formando grupos de figuras bien vestidas, congeladas en los pasillos, intentando imaginar el sistema, tratando de discernir la lógica subyacente y esforzándose por recordar dónde vieron por última vez la pasta de trigo. No encuentran razón ni sentido en todo ello. Ahora, los estropajos individuales están con el jabón de tocador, y los condimentos aparecen dispersos».

DeLillo es un escritor muy crítico con el «American way of life» y su estilo es denso, en ocasiones oscuro, pero profundamente poético.

2.- Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea - Annabel Pitcher

Poco antes de cumplir diez años, el pequeño Jamie se va a vivir al norte de Londres con su padre separado, su hermana adolescente Jasmine y su gato Roger para empezar desde cero. Han pasado cinco años desde la muerte de Rose, la gemela de Jasmine, en un atentado terrorista islámico en Londres. Sus padres no han conseguido superar el dolor y parece que Jasmine tampoco: se ha teñido el pelo de rosa, se ha hecho piercings y ha optado por no comer. La familia se ha venido abajo. Pero en todo ese tiempo Jamie no ha derramado una sola lágrima. Para él Rose, cuyas cenizas reposan en la repisa de la chimenea, no es más que un recuerdo lejano. Le interesan mucho más su gato Roger, la camiseta de Spiderman que le han regalado por su cumpleaños o que su padre no se entere de que se ha hecho amigo de una niña musulmana paquistaní. Un día, al ver en la televisión un anuncio buscando jóvenes talentos que sepan cantar, se convence de que eso puede hacer que las cosas cambien y que toda la familia pueda salir adelante.

Con este libro conocí a la joven autora Annabel Pitcher (nacida en 1982) y me gusto tanto, que este mismo año leí «Nubes de kétchup», muy recomendable también.

3.- Jerusalén – Gonçalo M. Tavares

Un suicida desesperado recibe una llamada. Su amante agonizante vaga por la ciudad buscando un lugar donde dormir. Un médico obsesionado con predecir crímenes se refugia en un burdel. Un hombre aterrorizado es tomado por un asesino. Cuatro destinos entrecruzados una madrugada de mayo. Cuatro almas en pena buscando el lugar donde alcanzar su libertad. Esta novela fue galardonada con el Premio Literario José Saramago 2005.

Solamente citaré las palabras que José Saramago le dedicó un día a Gonçalo M. Tavares: «No tiene derecho a escribir tan bien a los 35 años, dan ganas de darle un puñetazo».

4.- El ladrón de cerebros – Pere Estupinyà

En «El ladrón de cerebros», Pere Estupinyà se infiltra en los principales centros de investigación del mundo para robar el conocimiento de los verdaderos héroes del siglo XXI los científicos y compartirlo con sus lectores. Así, el ladrón de cerebros rastreará el recorrido de un virus de resfriado por su cuerpo, se introducirá en un escáner cerebral para ver si es capaz de detectar sus propias mentiras, le pedirá a sus hormonas que le expliquen por qué se enamora, entenderá por qué las pupilas de la mujer se dilatan en pleno orgasmo, buscará el origen de las supersticiones, hurgará en las fricciones de la ciencia con la religión y el creacionismo, se volverá loco intentando comprender qué diantre son la antimateria o el entrelazamiento cuántico, y observará sobrecogido gusanos de ocho cabezas, electricidad que fluye sin cables y células de la piel reprogramadas a cardíacas. En resumidas cuentas, a través de las amenas historias de este libro terminarás familiarizado con los debates más candentes en neurociencia, cosmología, genética, psicología humana o cambio climático.

5.- El caballero inexistente – Italo Calvino

La voz del caballero Agilulfo llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado, como si no fuera una garganta sino la propia chapa de la armadura la que vibrase. Y es que, en efecto, la armadura estaba hueca; Agilulfo no existía. Solo a costa de fuerza de voluntad, de convicción, había logrado forjarse una identidad para combatir contra los infieles en el ejército de Carlomagno. Agilulfo puso todas sus fuerzas en un orden deseado y lo hizo con tal sentido de la exactitud que consiguió robar el corazón a la altiva amazona Bradamante. En esta novela de aventuras, teñida de un delicioso sentido del humor, que es a la vez una poética fábula sobre la identidad, sobre la diferencia entre ser y creer que se es, Calvino se pregunta la razón por la que un hombre es amado, por la que otro desea vengarse, por la que un tercero se considera hijo, amante, amigo o caballero. La respuesta se encuentra tal vez en la pregunta misma, en su melancolía y su extrañeza. Forma parte «El caballero inexistente» de la popular trilogía «Nuestros antepasados», junto con «El vizconde demediado» y «El barón rampante», con los que comparte el tono de fábula fantástica y el propósito de indagación sobre el alma humana.

Habiendo leído con gran placer «El vizconde demediado» y «El barón rampante», este año cumplí con una añeja deuda conmigo mismo y pude terminar con la trilogía «Nuestros antepasados». Espléndido, maravilloso, sólo eso puedo agregar.


6.- La invención del amor – José Ovejero

La invención del amor cuenta la historia de Samuel que, cumplidos los cuarenta, conserva a sus amigos, es socio en una empresa de materiales de construcción y ha encadenado compañeras de cama. Desde su terraza observa sin participar el trajín cotidiano madrileño. Samuel, realmente, está de vuelta sin haber llegado. Un día, alguien al teléfono le dice que Clara ha muerto, y cuelga. Lo misterioso del caso es que Samuel no recuerda a ninguna Clara. Pero eso no le impide convertir a esa chica desconocida en el centro de su vida. Samuel averigua que la persona con la que lo han confundido era el amante secreto de la difunta, y se pone en contacto con la hermana de aquélla, la atractiva Carina. Ambos empiezan a compartir vivencias y huecos. Clara había tenido una conflictiva adolescencia punk, y Carina, la responsable, ahora se nota atascada en el bache de la madurez. Samuel inventa, aprovechándose del sentimiento de culpabilidad de Carina. En la retrospectiva, se sacan a colación viejos dramas familiares, silencios, escapadas. Con su empresa al borde del cierre por la crisis, Samuel empieza a hablarle a su madre, con demencia senil, de la Clara que se está inventando. Curiosamente, pronto ese nombre será uno de los pocos que recuerde la anciana. Samuel tampoco puede despegarse ya del recuerdo de Clara, pero se siente cada vez más atraído por Carina y piensa en cómo decirle la verdad.

Novela que plantea la necesidad de creer y la motivación que nos brinda la ficción.


7.- Mala índole – Javier Marías

«Mala índole» reúne casi todos los relatos escritos por Javier Marías, los que él considera «aceptados» y «aceptables» y el lector encontrará deslumbrantes. Excelente puerta de entrada al universo Marías, Mala índole pone al alcance del lector, además de los que conformaron Mientras ellas duermen y Cuando fui mortal, varios cuentos hasta hoy inencontrables, entre los que destaca el que da título al libro, casi una novela corta sobre las divertidas y espeluznantes andanzas de un viejo conocido, Ruibérriz de Torres, durante el rodaje en México de una película con Elvis Presley. Además, médicos misteriosos, guardaespaldas, fantasmas, dobles, una aspirante a actriz porno, una mujer y un hombre asesinados por una lanza africana, un mayordomo neoyorquino encerrado en un ascensor, el adorador de una joven a la que filma sin cesar, una pareja mafiosa caída en desgracia, un asesino a sueldo que trata de disuadir a quienes quieren contratarlo... El mundo de los cuentos de Javier Marías es tan inquietante y cautivador que apenas permite apartar la vista de ellos, en un permanente estado de encantamiento y zozobra.

8.- El ruido de las cosas al caer – Juan Gabriel Vásquez

El ruido de las cosas al caer es la historia de una amistad frustrada. Pero es también una doble historia de amor en tiempos poco propicios, y también una radiografía de una generación atrapada en el miedo, y también una investigación llena de suspense en el pasado de un hombre y el de un país, Colombia. Se inicia con la exótica fuga y posterior caza de un hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Pablo Escobar exhibía su poder. Ésta es la chispa que arranca los mecanismos de la memoria de Antonio Yammara, protagonista y narrador de El ruido de las cosas al caer, un negro balance de una época de terror y violencia, en una Bogotá descrita como un territorio literario lleno de significaciones.


9.- Vicio propio – Thomas Pynchon

Se llama Sportello, Doc Sportello, y es un detective privado un tanto peculiar en el colorista Los Ángeles de finales de los años sesenta. Hacía ya tiempo que Doc no veía a su ex, Shasta, seductora femme fatale, cuando ésta recurre a sus servicios porque ha desaparecido su nuevo amante, un magnate inmobiliario que había visto la luz del buen karma, un tanto distorsionada por el ácido, y quería devolver a la sociedad todo lo que había expoliado. Sportello se ve enredado entonces en una intriga en la que los escrúpulos chispean por su ausencia y cuya trama es casi la de una novela negra clásica. A partir de ahí, Thomas Pynchon prepara un retrato desbocado de una California poblada por surfistas embriagados de la mitología de las olas gigantes, combatientes de Vietnam o agentes del FBI reconvertidos en hippies, pandillas carcelarias, la escabrosa sombra de Charlie Manson y sus acólitas, una brutal organización secreta de dentistas, polis corruptos, una protointernet o bellas masajistas de sexualidad ambigua. Todo sazonado con diálogos y guiños hilarantes, al ritmo de una frenética banda sonora que sirve de réquiem psicodélico por una época que pudo ser y no fue.


10.- La defensa – Vladimir Nabokov

El descubrimiento del ajedrez supone para el gran maestro Luzhin, protagonista de esta novela, la revelación de un orden de impecable armonía donde encontrar refugio contra las tribulaciones de su desdichada adolescencia. A partir de ese momento da comienzo su brillante carrera como campeón en ese juego, que pronto se convierte en una obsesión que absorbe su vida por completo. Luzhin comprende, demasiado tarde, que tal obsesión amenaza con destruirlo y que el instrumento escogido como defensa contra el desorden y los agravios del mundo es también un arma que finalmente se vuelve contra él mismo, hallándolo en la más patética indefensión. Todos los elementos de la trama se hallan sutilmente enlazados en un juego de correspondencias y de calculados golpes de efecto supeditados con inimitable sabiduría a una estructura que, deliberadamente, recuerda aquí a una elegante, astuta e implacable partida de ajedrez.

Desafío Extraordinario de Navidad de 2013 del diario español «El País»



El encargado de presentar el Desafío Extraordinario de Navidad de 2013 es Javier Cilleruelo, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT).
El equipo que preparamos los desafíos matemáticos hemos decidido abonarnos durante todo el año a un número de la Lotería. Para elegir ese número, que debe estar comprendido entre el 0 y el 99.999, pusimos como condición que tuviese las cinco cifras distintas y que, además, cumpliese alguna otra propiedad interesante. Finalmente hemos conseguido un número que tiene la siguiente propiedad: si numeramos los meses del año del 1 al 12, en cualquier mes del año ocurre que al restar a nuestro número de lotería el número del mes anterior, el resultado es divisible por el número del mes en el que estemos. Y esto sucede para cada uno de los meses del año.
Es decir, si llamamos L a nuestro número, tenemos por ejemplo que en marzo L-2 es divisible entre 3 y en diciembre L-11 es divisible entre 12.
El reto que os planteamos es que nos digáis a qué número de Lotería estamos abonados y que nos expliquéis cómo lo habéis encontrado.

Mi solución:
Tenemos un total de doce números consecutivos:
L-11, L-10, L-9, L-8, L-7, L-6, L-5, L-4, L-3, L-2, L-1, L

Divisibles cada uno respectivamente por:
12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2 y 1 (aunque el 1 es un divisor trivial se incluye para dar mayor claridad al procedimiento).

Sabemos que si un número entero m divide exactamente a otro llamado r, r+m también será divisible exactamente entre m.

Por lo tanto, si L-11 es divisible entre 12, también lo será L-11+12 = L+1.

De igual forma, si L-10 es divisible entre 11, L-10+11 = L+1 es divisible entre 11; si L-9 es divisible entre 10, L-9+10 = L+1 es divisible entre 10; etc.

Resumiendo:

L+1 es un número entero divisible exactamente entre 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2 y 1.

Entonces, L+1 es un número de la forma k·n, donde k es el mínimo común múltiplo (m. c. m.) de 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2 y 1.

k = m.c.m. (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12) = 27720

L+1 = 27720·n

Por consiguiente:

L = 27720·n – 1

donde n es un número entero, mayor que cero.

L = {27719, 55439, 83159, 110879, 138599,..., 27720·n – 1}

Aplicando las condiciones del problema (debe estar comprendido entre el 0 y el 99,999, y con las cinco cifras distintas) tenemos que la solución se da para n=3: 

L = 27720·(3) – 1 = 83159

El número buscado es 83159.

Jingle Doppelgängmart bells



—Te digo que no puedo. El jefe dijo que no habría permisos para nadie. Además, todavía tengo que pasar por Marquitos a casa de mis papás. Adiós.

—Pero… no cuelgues. ¿Bueno?

La voz de Anita, mi mujer, se perdió en algún lugar del espectro electromagnético y supe que la discusión estaba resuelta: yo haría las últimas compras para la cena de Navidad.

Por primera vez en los siete años de nuestro matrimonio, mis suegros, mi cuñada y su esposo, estos últimos procedentes de Canadá, pasarían la Nochebuena con nosotros. Fiel a su costumbre, Anita quería que todo saliera a las mil maravillas.

Ni hablar, el plan de tomar una cerveza con mis compañeros de trabajo antes de ir a casa se había derrumbado. Apenas tenía tiempo de cumplir el encargo de mi esposa.

Pasé a la oficina de Ortega para pedirle que me disculpara con los muchachos. Me respondió con un irónico «Feliz Navidad», y ocultó una risita mordaz tras los estados de cuenta que estaba revisando.

Después de tres episodios similares al anterior, en los pasillos y con el guardia de seguridad de la empresa, el 24 de diciembre a las 5:45 de la tarde, tomé rumbo hacia el Doppelgängmart, un centro comercial de reciente apertura ubicado en el oriente de la ciudad.

Como era de esperarse, una gigantesca fila de autos ingresaba a cuentagotas al estacionamiento. Más allá, a una distancia que me pareció insalvable, otra hilera de vehículos abandonaba el sitio con la satisfacción del deber cumplido.

Tras encontrar un sitio desocupado y aparcar la camioneta, sostuve el volante algunos segundos más. Luego, reclinando la cabeza hacia atrás, repasé mentalmente los artículos que debía comprar. Con un movimiento instintivo —me abofeteé suavemente—, di por concluido el ritual, abrí la puerta y puse los pies en la flamante superficie de concreto.

Al parecer, el comercio había previsto la avalancha de consumidores que, al igual que yo, dejarían algunas compras para el último momento.

Cinco chicas de sonrisa perpetua y linda figura se encargaban de repartir folletos y carritos de supermercado entre los atolondrados clientes. En el interior, sonaba sin cesar una distorsionada versión de «Jingle bells», interpretada por algún mal imitador de Tom Waits.

Mientras buscaba la manera de abrirme paso entre la multitud, escuché la exclamación de una de las chicas de sonrisa perpetua: «¡Oiga!» Un individuo grueso, de unos cuarenta años, de cabello desordenado, ceño fruncido y rostro fuertemente asimétrico, había estado a punto de atropellarla con el carrito. El sujeto le dirigió una mueca grosera, alzó los hombros como única disculpa y se enfiló hacia el interior de la tienda.

Era a todas luces un hombre antipático, pero se notaba que tenía una vasta experiencia en eso de las compras de fin de año. Mientras yo continuaba paralizado entre un mar de padres resignados, abuelos somnolientos y niños eufóricos,  él avanzaba con soltura por el pasillo principal. Esquivando televisores de plasma, equipos de sonido, escaparates de joyería y bultos humanos; exhibiendo una notable destreza. Parecía un bailarín de danza contemporánea venido a menos.  Vestía un desgastado chaleco gris y unos pantalones de gabardina que le iban demasiado cortos. Lo más desagradable eran los calcetines verdes con estampado de pingüinos que se desparramaban sobre unos opacos zapatos de charol.

Empujaba un carrito cuyas ruedas chirriaban en un tono muy agudo, perceptible sólo para quien que estuviera a cuatro o cinco metros de distancia como máximo. A su paso, las personas giraban el cuello en ángulos excesivos, a la manera de los búhos cuando algo llama su atención; le acompañaban con la vista hasta que se perdía entre la muchedumbre y entonces respiraban aliviados.

«Estimado cliente: Se le recuerda que todas las salchichas y jamones de pavo tienen el 30% de descuento efectivo en cajas. Oferta válida hoy, hasta las 10 de la noche o hasta agotar existencias».

Salido del trance, miré el reloj, busqué un espacio y me dirigí al departamento de salchichonería.

Al llegar, vi que el hombre le advertía a la encargada sobre su estricta preferencia en el grosor de corte del jamón. La empleada ajustó la rebanadora más de quince veces antes de que él se sintiera satisfecho. Cuando fue mi turno, la mujer seguía claramente molesta y me atendió de mala gana. Sin darle demasiada importancia a lo que consideré un evento aislado, continué con el itinerario. Lo peor estaba por llegar.

En el pasillo de vinos y licores, mientras debatía internamente para decidir entre un Merlot o un Cabernet, escuché tras de mí un chirrido agobiante e inconfundible. Sin volverme, elegí sin más cavilaciones el Cabernet y reanudé mi avance.

Después de media hora, ocho productos yacían en el fondo de mi carrito: jamón, aceitunas, servilletas, vino, pan, sal de mesa, un juego de copas que estaba en oferta y un sacacorchos. Lo extraño era que prácticamente en todos se repitió la misma escena del pasillo de vinos y licores. Cuando depositaba un artículo para ir en búsqueda del siguiente, el sujeto se acercaba a toda prisa para ocupar la posición que yo dejaba vacante. «Un comprador compulsivo», pensé.

Una inmensa torre de latas de cerveza se desplomó a lo lejos.

Me consolé pensando que estaba a punto de abandonar aquella jungla de consumidores, sólo restaba un último producto. «No te olvides de comprar las velas rojas», me había dicho Anita en nuestra apresurada conversación vespertina; con esa entonación, mezcla de súplica y dulce amenaza, que utiliza cuando realmente desea algo.

—Perdone, ¿dónde se encuentran las velas decorativas? —interrogué a un joven que portaba el uniforme del supermercado y un ridículo gorro de Santa Claus.

—Por allá. En el siguiente pasillo —respondió, al mismo tiempo que le lanzaba un sutil beso a una de sus compañeras (supuse que lo era porque usaba el mismo gorro y uniforme) que le saludaba desde la perfumería.

Cuando doblé la esquina, hacia mi objetivo, distinguí en el otro extremo del pasillo la figura de mi perseguidor. Casi instantáneamente, comenzó a avanzar y a revisar los estantes con desesperación. Yo sabía lo que buscaba.

Esta vez fui yo quien imitó su comportamiento. Poseído por un impulso, hurgué entre los anaqueles, como si fuera el último habitante de la Tierra buscando latas de comida caducada.

Las velas rojas estaban justo a la mitad del pasillo, debajo de las varitas de incienso aromático. Sin saber cómo, ambos estábamos aferrados al único paquete que quedaba en la tienda.

Ahora que estábamos tan cerca, pude comprobar que el contenido de su carrito era idéntico al del mío: sal de mesa, aceitunas, servilletas, un sacacorchos, pan, jamón, un juego de copas y en el centro una botella de Cabernet.

Con un sorpresivo y brusco tirón, arrancó el paquete de entre mis dedos.

— ¡¿Qué le pasa?! ¿Está usted loco? —le espeté.

Sin responderme, lanzó las velas al interior del carrito y sus dientes amarillos se asomaron, en señal de victoria.

Durante mi niñez y adolescencia, fui un chico muy conflictivo. Una vez le rompí la nariz a un tipo a causa de una partida de billar. El asunto me trajo tantos problemas, que me hizo madurar y ahora me la pienso varias veces antes de liarme a golpes con cualquiera. Decidí que, muy a mi pesar, Anita no tendría velas rojas para la cena.

Di media vuelta y me encaminé hacia las cajas.

Todas las filas eran muy extensas pero me acomodé en la que me pareció menos poblada. Supe que la pesadilla no había terminado cuando escuché el chirrido infernal a mis espaldas. Todavía no acababa de asimilarlo cuando recibí un potente impacto sobre el talón derecho.

—Usted disculpe —me dijo, mientras volvía a mostrarme su dentadura y sus ojos se inundaban de placer.

Era un trastornado, ya no tenía dudas. Desde ahí, arrodillado y palpándome el tobillo punzante, pude ver que también los pingüinos impresos en sus calcetines se burlaban de mí. Dos palabras explosivas rebotaron en el interior de mi cabeza: «Se acabó».

Me lancé sobre él, le sujeté las piernas y lo embestí con el hombro. Lo derribé con facilidad. Trató de asirme por el cuello, pero le clavé una rodilla en el pecho. Me mordió la mano izquierda, lo cual más que dolor me provocó asco, pero con la derecha le asesté un puñetazo seco en el rostro.

—¡Ríete ahora! ¡Que te rías te digo!

Era un demonio obediente. Separó un poco los labios sangrantes, y luego emitió una atronadora carcajada sin fin. El interior de su boca parecía el de una calabaza de Halloween iluminada por una vela —¿una vela roja?— a punto de apagarse. Los ambarinos dientes vibraban a punto de desprenderse de las encías. Sin pensarlo más, le di otro golpe. Esta vez surtió efecto y quedó inconsciente.

Me levanté de un salto. Busqué entre la multitud algún testigo, alguna mirada inteligente que pudiera dar alguna explicación a lo sucedido. En su lugar, contemplé la postal de un manicomio: en todas direcciones había trifulcas entre los compradores.

Cada quien había elegido a su adversario de combate. Un hombre barbado le golpeaba la cabeza a otro con un pavo congelado. Otros dos se lanzaban manzanas entre sí, tratando al mismo tiempo de atrincherarse tras los exhibidores de frutas y verduras. Una mujer de mediana edad jaloneaba a otra del cabello. Pronto abundaron en el piso botellas de vino y perfumes quebrados. En el aire se mezclaban decenas de olores con el de la locura. Incluso ancianos y niños participaban en la batalla. Dos viejecitas se disputaban ferozmente la posesión de unas esferas navideñas mientras dos chiquillos hacían lo propio con una consola de videojuegos.

Los únicos que permanecían inmóviles eran los cajeros y demás empleados de la tienda, tótems protectores de la tribu del consumo. Sólo dieron señales de vida cuando impidieron que abandonara el establecimiento con las manos vacías. Cuando quise salir, un cajero me indicó que debía regresar por el carrito y liquidar la compra.

Volví sobre mis pasos, mi enemigo seguía tirado en el piso, desmayado. Una repentina ilusión de supremacía me hizo tomar el carrito de aquel individuo en lugar del mío. Pagué las mercancías y salí tan pronto como pude. Tras de mí se escuchaba nuevamente «Jingle bells», esta vez entonada por un coro infantil.


Vicente Javier Varas Bucio, 
19 de diciembre de 2013.

¡Feliz Navidad!

Calaveritas para algunos miembros de mi TL en Twitter.



Calavera Núm. 01:
@imate_unam se murió
la enterraron con mariachi,
por cero multiplicó,
la secuencia Fibonacci.

Calavera Núm. 02:
La Parca tan malhechora
nos despojó de la cuenta.
¿Qué vamos a hacer ahora

Calavera Núm. 03:
@Micro_Ficcion expiró.
¿Cómo es que lo permitís?
La Muerte ya nos dejó
sin cuentos de #MiFiTi's.

Calavera Núm. 04:
en verdad que fue terrible,
ojalá que lo ovacionen,
en el limbo "indecidible".

Calavera Núm. 05:
«¡Ya es hora, @Don_Susanito!
Ya vivió por muchos años»,
dijo la Muerte en un grito
y se llevó a don Susano.

Calavera Núm. 06:
Al gran @BatiMexicano,
lo enterró el sepulturero,
se fue el autor del profano
#BatiJueves comiquero.

Calavera Núm. 07:
Encontraron hoy sus restos,
debajo de alguna alfombra,
se fue con los tenis puestos,
el amigo @agente_sombra.

Calavera Núm. 08:
@backbeatdg ha fallecido,
pero está en el paraíso,
porque @erynu le ha seguido
y a los dos ya se les hizo.

Calavera Núm. 09:
La Muerte busca docente
que tome a bien educarla,
fue preguntando a la gente,
para encontrar a @Angel_darla.

Calavera Núm. 10:
@Q_Suzy está en un concierto
de Testament y Iron Maiden,
no importa que se haya muerto,
está más feliz que "naiden".

Calavera Núm. 11:
@Ritalin_P visitó
del Infierno los parajes,
y al demonio entrevistó
para hacer un reportaje.

Calavera Núm. 12:
@daphnella murió buceando,
haciendo investigación,
el aire se fue acabando,
nunca su dedicación.

Calavera Núm. 13:
@marceemx descansa
en el cielo y sus alturas.
San Pedro mira que avanza
su círculo de lectura.

Calavera Núm. 14:
El diseño está de luto,
@KarStrada está en el cielo,
allá cosechará el fruto,
de su arte y sus desvelos.

Calavera Núm. 15:
Estaba la saga floja,
los muertos mal escribían,
llamaron a @mareroja,
y terminó su agonía.

Calavera Núm. 16:
@saltimbanquin está vivo
pero mora con los muertos,
es ambiente nutritivo,
para ideas de microcuentos.

Calavera Núm. 17:
@ViaLacteano quería ver
las estrellas y cometas,
se lo llevó Lucifer,
con artimañas y tretas.

#Matelavera
¿Crees que la Muerte se canse?
Ya lleva siglos allí,
está esperando llevarse
la última cifra de Pi.