Don Quijote, el caballero,
lloraba por Sancho Panza,
la muerte de su escudero
lo dejó sin esperanza.
«Los relámpagos de agosto»
colmaban de luz el cielo,
le iluminaban el rostro
a la Parca bajo el velo.
—¿Por qué lloras, viejo hidalgo?
¿Por un criado majareta?
¿Es que entre ustedes había algo
del tipo «Romeo y Julieta»?
—No me ofendas cuando me hables,
maldito ser del Averno.
Tú y todos «Los miserables»,
tienen mi desprecio eterno.
—Son demonios mis secuaces,
esqueletos y amalgamas.
Mis poderes son capaces
de dejar a «El llano en llamas».
—Tú jamás fuiste a la escuela,
preferiste la inversión
de horas jugando «Rayuela»
o viendo la televisión.
—Pues tú confundes molinos
con gigantes y guerreros,
yo creo que siempre has dormido
con «La ciudad y los perros».
—¡Ah, canalla y alevoso!
Tú quieres tomarme el pelo.
Por Dulcinea del Toboso
yo me convierto en «Otelo».
—No dices más que «Ficciones»,
hombre de avanzada edad.
Yo te deseo bendiciones
y «Cien años de soledad».
—No me presumas de «Santa»,
«La metamorfosis» no es tal.
Sé que tu maldad es tanta
que le gana al «Leviatán».
—Por mí no tengas templanza,
basta ya de frasecitas.
Tú, Quijano, y el tal Panza
para mí son «Mujercitas».
—Voy a abrirte un agujero
en «El nombre de la rosa»,
para hacerte «El extranjero»
de este mundo y a otra cosa.
—Vaya con «El principito»,
se ha enojado ya conmigo.
Se olvida que está viejito,
quiere «Crimen y castigo».
—«Grandes esperanzas» tengo
en el «Orgullo y prejuicio»
que me otorga el abolengo,
soy justiciero de oficio.
—Has metido ya la pata
con haberme amenazado.
Con «El tambor de hojalata»,
«Guerra y paz» has invocado.
—«El proceso» ha dado el ancho,
«El túnel» cruzó la legua.
Por la memoria de Sancho,
¡de mí no tendrás «La tregua»!
—La cosa se puso fea,
mi fuerza tú quieres ver.
Deseas pasar «La Odisea»
de «Los viajes de Gulliver».
—«Un mundo feliz» yo quiero
para quien busca justicia,
un país que sueñe entero
las maravillas de Alicia.
—Si el asunto va de sueños,
yo leí «El barón rampante».
La fantasía tiene dueños,
así como tú, gigantes.
«La náusea» de don Alonso
se transformó en alegría
cuando supo que, en el fondo,
la Catrina lo entendía.
La Muerte le dio un abrazo,
para olvidar la revancha,
al hidalgo por si acaso,
en un lugar de la Mancha.
Aquí concluyen las letras
de estas «Crónicas marcianas».
Se me han cerrado «Las puertas
de la percepción» humana.
Vicente
Javier Varas Bucio,
29
de octubre de 2015.