Sobre la muerte


Me pregunto cómo es que llega la muerte:
¿Será como el sueño?,
una piedra caliente sobre los párpados cansados,
una espera del mañana que no llega.

¿Será como el mar?,
una lluvia sin caer que flota,
que se vuelve tiempo,
olas vacías.

Las lágrimas de una madre
que llora por todas,
que pierde las palabras en la arena.

¿Será como un juego?
una partida de ajedrez macabra,
contra ti mismo.
Donde has movido la última pieza,
desde la nada de tus manos, 
en silencio.

Quizás estás muerto y no lo sabes,
lo saben los tuyos pero callan.
Ven a través de ti,
de tus órganos distantes,
de tu memoria falsa y de tu ausencia.

¿Dónde están tus latidos y tu aliento?
¿Y dónde están las cosas que no hiciste?

William Ospina | El país de la canela



William Ospina es un consagrado poeta, novelista y ensayista colombiano. El mismo Gabriel García Márquez lo ha elogiado en repetidas ocasiones.

«El país de la canela» recibió el premio Rómulo Gallegos 2009 y es el segundo libro de una trilogía sobre la colonización española. El primero fue «Ursúa» publicado en 2005 y el tercero «La serpiente sin ojos» editado en 2012.

La novela se sitúa en el siglo XVI y narra las vivencias de Cristóbal de Aguilar, hombre nacido en la isla La Española, hijo de un español peninsular y de una indígena nativa. A los 17 años, Cristóbal se entera de la trágica muerte de su padre en el Perú y decide viajar a aquellas tierras para reclamar su herencia.

En Perú se relacionará con los hermanos Pizarro, clan de exploradores y conquistadores, célebres por su ambición y mezquindad. En particular con Gonzalo Pizarro, el tercero de los hermanos por orden de nacimiento, quien lo involucra en su nuevo sueño de riqueza.

En aquellos días, la canela era una especie de un altísimo valor de mercado y, por tanto, el objetivo de muchos para hacer fortuna. Gonzalo Pizarro tenía la esperanza de encontrarla en América. Para ello le dio a probar a los indios bebidas con canela, para ver si la reconocían. Unos indios de la cordillera le respondieron que: «al norte, más allá de los montes nevados de Quito, girando hacia el este por las montañas y descendiendo detrás de los riscos de hielo, había bosques que tenían canela en abundancia». Estas palabras fueron suficientes para que se organizara una expedición de absurdas proporciones, comandada por la codicia y la sed de poder.

Como el propio Cristóbal de Aguilar lo relata:

«Y así salimos a buscar el País de la Canela. Los cien jinetes ansiosos y crueles que remontaron la sierra, los ciento cuarenta peones acorazados que caminábamos atrás, los millares de indios de las montañas que cargaban en fardos las sogas, las hachas, las palas, las demás herramientas y las armas, las dos mil llamas cargadas de granos y provisiones, y los dos mil cerdos argollados, que ascendían como un tropel de gruñidos por las lomas resecas, forman todavía en la memoria una confusión imborrable».

A ellos se une Francisco de Orellana, refundador de la ciudad de Guayaquil tras su destrucción por los indígenas y a quien algunos historiadores le asignan parentesco con los Pizarro.

Durante la travesía, se presentan todas las tragedias y complicaciones imaginables. Ante el fracaso de la expedición, la ira y frustración de Gonzalo Pizarro sacan lo más temible de su estirpe. La crueldad y la violencia coronan el talante apocalíptico del viaje.

La necesidad obliga a la ya de por sí diezmada expedición a dividirse en dos: una parte navegará corriente abajo para buscar víveres y provisiones, la otra deberá esperar el regreso de la primera.

Acudir, guiados por la incomparable prosa poética de William Ospina, al momento histórico del descubrimiento del río Amazonas por los ojos europeos es un placer que ningún aficionado a la lectura debería negarse.