Pigmalión


Abrió los ojos con dificultad. La noche anterior había estado bebiendo hasta quedarse dormido sobre la banqueta. Olía mal, como siempre.
Un estornudo le ayudó a desperezarse por completo, y a ver que en la acera de enfrente un mozo que no rebasaba los 16 años comenzó a abrir el establecimiento, “Galería Zamora” alcanzó a distinguir.
Tras sacudirse los harapos, se dirigió a cumplir la misión que lo había traído desde Monclova hasta el D.F.
—Buenos días, ¿me permite pasar? –acometió al mocillo, que intentaba peinarse mirando su reflejo en los cristales de la fachada.
—¿Pasar?, ¿para qué?
—Lo necesito.
—Mira (así, de “tú”), si buscas dinero o trabajo, aquí no hay.
—Ni dinero, ni trabajo, de los dos he tenido bastante.
—Entonces, ¿qué demonios quieres?
—Soy Gustavo Torrero, coahuilense, pintor de oficio, ..., aquí tienes mi credencial. –le extendió el pequeño documento.
El muchacho recordó el nombre de inmediato, lo había visto en varios de los cuadros que alojaba la galería, sin embargo, como era de esperarse, supuso un engaño y fue por el encargado.
El encargado inclinó la cabeza para un lado y luego para el otro, buscando en vano reconocer en aquel despojo de hombre algún rastro del genio autor de las obras de arte más cotizadas de la galería.
—Discúlpeme, pero no le creo, no es posible. Váyase. –se dirigió finalmente a Gustavo, regresándole la credencial.
—Pero, ¡necesito verla!, por favor. Juro que le he dicho la verdad.
—¿Verla?, ¿a quién? –le espetó el encargado.
—A “La sirena”, a mi “sirena”.
—“La sirena” es una pintura, usted está completamente loco. ¡Lárguese!, o llamo a la policía.
Sin decir nada más, el mozo y el encargado entraron a la galería.
Gustavo Torrero de nuevo tuvo que conformarse con ver a “La sirena” a través del ojo cruel de la memoria: Su hermosa silueta, mitad nacida de la tierra, mitad del mar. Posada en una roca, flexible a su presencia, peinándose el cabello abundante, rojo, interminable. Sus pechos del tamaño exacto, llenos de miel, de suspiros rotos. Y al fondo el océano que nunca perdona.


Vicente Javier Varas Bucio.
2 de abril de 2013.


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